La bicicleta… ese amasijo de hierros entrañable, ese sillín incómodo donde nos clavamos el culo… ese artículo que me comprometí a escribir para Sylvia, mi amiga de Facebook que vive en Madrid…
Recuerdo perfectamente cuando conocí a Sylvia… era una mañana de Abril, los rayos de sol entraban directamente por la claraboya del techo de mi puesto de trabajo y se reflejaban altaneros en mi coronilla. Si, esa coronilla que negué durante tantos años, esa coronilla que aún hoy me traumatiza cuando alguien, a traición, me saca una foto estando de espaldas. Todavía me cuesta creer que mi antaño orgullosa melena adolescente haya desaparecido. Nada tiene sentido desde entonces, ando por la calle con la cabeza despoblada, como si me hubiera atropellado una segadora, como si los Dioses griegos hubiesen utilizado mi cabeza a modo de margarita deshojable en sus sempiternos juegos amorosos. Pero… ¿porqué estoy hablando de esto? ¡Ah… si, claro!… el artículo sobre la bicicleta… ¿porqué demonios quería esta chica que yo escribiera un artículo sobre bicicletas? Ah, espera... creo que ya recuerdo vagamente… se trataba de una colaboración para una revista que por el título imagino que sería sobre viajes, política, arqueología, o algo así… “El ciudadano del desierto”. Yo no sabía sobre qué escribir el artículo y Sylvia me sugirió que hablara de las bicicletas. A mi me pareció bien, porqué conozco un poco el tema. De hecho de vez en cuando suelo utilizar ese tipo de vehículo para desplazarme por mi ciudad, Barcelona.
¿He comentado ya que me bautizaron en la catedral de Barcelona? creo que no. Me gusta recalcarlo siempre que conozco a alguien, porqué hoy día solamente la aristocracia tiene ese privilegio, y creo que ayuda a la gente a entender el porqué de mi brillo especial. Y no, esta vez no hablo de mi calva.
Pero bueno, volvamos al tema que nos ocupaba:
La primera vez que fui de verdad en bicicleta yo tendría unos ocho años y medio. Estábamos de vacaciones en casa de unos amigos en un pueblo del Pirineo junto a mi familia, que entonces estaba conformada por mi madre, mi padre adoptivo, mi hermano pequeño y yo. Hasta entonces había subido a alguna bici con rueditas a los lados o, de más peque, a un triciclo. También tenía un bólido de carreras a pedales, pero esa ya es otra historia. La cuestión es que en casa de esos amigos había unos niños que me enseñaron a mantener el equilibrio y a lanzarme con la bici por una pendiente, primero sin pedalear y luego ya pedaleando. Ah… ¡qué mágica sensación de libertad la primera vez que descubres que puedes domar a esa bestia metálica con ruedas! jamás la olvidaré… por eso el ciclismo es uno de los pocos deportes que me parecen divertidos de practicar.
No tardé mucho en tener mi propia bici, pero fue por poco tiempo, ya que un día, comprando chuches en una tienda, dejé a mi hermano pequeño, Raimond, al cargo de mi bici y un imbécil se la robó. Pasé horas dando vueltas por la ciudad buscando al ladrón, montado en la mini bici de mi hermano como un gilipollas, pero jamás volví a verla. Me enfadé mucho con Raimond, y hoy día lo lamento, porqué el pobre no tenía la culpa, ya que con 5 o 6 años que tendría, poca cosa podría haber hecho contra ese horrible matón de dos por dos metros que describió cuando le pregunté quién había sido.
Actualmente, por suerte, tengo una estupenda bicicleta plegable Brompton, y también estoy subscrito al servicio “Bicing”, del ayuntamiento, que es una especie de tarifa plana que por unos 50 euros al año te da derecho a usar unas bicicletas que pueden encontrarse por casi toda la ciudad. Al ser socio te hacen entrega de una tarjeta mágica que sirve para desanclar las bicis de sus correspondientes aparcamientos. No sé si en Madrid tienen un servicio parecido pero imagino que si, porqué sé que en París y en Londres existe algo similar y ya se sabe que Madrid siempre va a la cabeza de cualquier avance tecnológico mundial, o eso imagino siendo como es una capital importante, aunque no tenga mar, ni puerto, pero si puerta. De Alcalá, claro, que menuda lata nos han venido dando Ana Belén y Víctor Manuel con eso en las últimas décadas...
Sigamos con las bicis. Mis sensaciones a la hora de utilizar el servicio de “Bicing” son dispares. Suelo utilizarlo de noche, cuando termino de dibujar y preparar mis chorradillas en un estudio que tengo alquilado junto a unos amigos, en la zona alta de Barcelona. ¿Porqué en la zona alta?, os preguntaréis… pues porqué otra cosa no, pero nosotros somos muy señores.
Lo malo de ser zona alta, es que veces es difícil localizar una bici disponible, ya que todo el mundo las utiliza para bajar y casi nadie para subir, como sería mi caso habitualmente.
Nunca he tenido graves incidentes viajando en Bicing, excepto un día que llovía y la bici patinó y me caí de bruces. Aquí me estoy reprimiendo para no hacer un chiste con Bruces Pringsteen, pero bueno, ya está, ya lo he soltado. Tonterías aparte, solo me raspé un poco las manos y unos jóvenes enamorados me ayudaron a levantarme y seguí mi camino sin más dilatación. Dilación. Otro chiste, perdonadme.
También recuerdo una ocasión reciente en la que bajaba a gran velocidad por la calle Sepúlveda, y mi gorra salió volando hacia atrás. Por poco me como un camión de la basura por intentar agarrarla al vuelo. Yo no solía llevar gorra pero un amigo al que le da grima ver mi calva me regaló la suya y desde entonces la suelo llevar, sobretodo cuando hace frío. Por suerte tampoco en esta ocasión hubo que lamentar daños.
Otra bonita anécdota que podría contar es que durante unos años trabajé en una empresa de estudios de mercado y en varias ocasiones me tocó hacer encuestas para diversos ayuntamientos. Una de las cosas que puedo deciros es que la gente mayor, los abuelos, están más preocupados por las bicicletas que van por la acera que por los crímenes o robos que pueda haber en las ciudades. Incluso más que por las cacas de perro, su otra gran preocupación social.
En fin, amigos, creo que ya iré abreviando. Si nunca habéis ido en bicicleta os recomiendo fervientemente que os hagáis con una, es una experiencia cósmica, lo más cercano a volar que podréis vivir a ras de suelo. Una vez fui en bici con mi casco de Darth Vader y de verdad que me encantó, me sentí poderoso, viril, y oscuro, claro. Tenéis que probarlo.
Gracias por leerme, espero que a Sylvia y a vosotros os haya gustado mi artículo. Creedme si os digo que le he puesto todo mi entusiasmo y fervor.
Gracias por leerme, espero que a Sylvia y a vosotros os haya gustado mi artículo. Creedme si os digo que le he puesto todo mi entusiasmo y fervor.
Un abrazo, amigos lectores... ¿habrá alguno? y... ¡a pedalear, a pedalear, hasta enterrarlos en el mar!
Jau.
Jau.
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